jueves, 19 de julio de 2012


En el área literaria de Juegos Bonaerenses, La Provincia, realizada en la ciudad de Campana,
el jurado otorgó a nuestro socio Roque Alcides Azamor estas distinciones:
1° premio en poesía y 2° premio en narrativa.
Felicitamos a nuestro socio y a continuación, entregamos el relato galardonado.
 
 
                                       “El primer día”        
 
       Recuerda cuando los cohetes le quemaron la remera y la piel. Desde
 
entonces tiene pánico a todo lo que sea festejos ruidosos de cualquier clase.
 
Reniega de quienes, con total displicencia tiran “bombas” y todos los juegos de
 
pirotecnia. ¿No entienden los riesgos?, se pregunta disgustado, cada año más.
 
         Hace mucho tiempo que la soledad es su agradable compañera. La soledad
 
no hace cuestiones de horario. A la soledad le es indiferente el día, la noche,
 
el amanecer. La soledad no pide comida ni bebida. No prohíbe
 
transgresiones, ni exige orden.
 
Por ello no le costó a Benito acostumbrarse a su compañía y aprender a
 
disfrutarla.
 
Total: si alguna vez sintió necesidad de otra compañía, bien la encontraba en
 
el bar de la Sociedad Barrial o en la “casa de las damas”.          
 
    “¿Quién me invitó? ¿Dónde queda el salón?”  “¿Qué ropa llevo?”… El ambo
 
casimir con camisa blanca y corbata al tono estaría bien. ¡Pero no! Ahora se
 
usa la chomba y tengo la de regalo de cumpleaños.
 
¿Calzado? ah, los mocasines, me los puse solamente dos veces y con su
 
hebilla quedan  elegantes. Mi reliquia de reloj que dice ser sumergible
 
en su certificado de garantía y me despierta todos los días de trabajo
 
sumisa y puntualmente, obsequio de la empresa por mis veinte años de
 
operario. Y este anillo medio grosero, pero de buena imitación oro.
 
El peinado de toda su vida (con el cabello apenas llegando al cuello de la
 
camisa -en este caso suplida por la chomba-).
 
¿A qué hora había que estar? ¿Cuál era el motivo?
 
       Todo le resultaba nebulosa, pero a la vez imperativo. Tenía que ir. No
 
podía faltar pues era en su honor -al menos eso tenía en mente-. “Listo.
 
Se hace tarde. ¿Donde está la maldita llave?”
 
Lo de maldita lo escuchó o leyó -no sabía bien-, de las películas
 
norteamericanas dobladas y era más “digerible” que decir la llave de m…
 
La encontró en el lugar de siempre después de buscarla en todos los demás
 
sitios.
 
“¿Dónde está la cerradura?”
 
Ahí en el medio de la puerta. Qué creía, ¿que podía cambiar de lugar? Zas:
 
ahora no cierra. ¡Pero si pretende hacerlo con otra llave!
 
“Bueno, allá vamos”
 
“Ay, ¡que fragorosos, tremendos y continuos truenos!”
 
     A pesar de las amenazas del tiempo que le dan miedo,  resuelve no llevar
 
paraguas. (Siempre le resultó molesto).
 
“Si llueve me refugiaré”
 
       Ignora si caminó mucho o poco pero llegando a una esquina se larga la
 
lluvia torrencial. Se ampara a medias, en algo que se presume de alero, que no
 
llega al medio metro.
 
Adiós elegancia de pantalón. Desde la rodilla hacia abajo se moja totalmente
 
con la lluvia y el viento. Sufre por partida doble por sus mocasines: por
 
saberlos deteriorados por el agua, y por apretarle los pies al humedecerse el
 
cuero. Cuida con esmero su reloj, no sea cosa que mojándose no responda a lo
 
que dice la garantía, y se destruya el recuerdo tan preciado de la fábrica que lo
 
despierta con su alarma puntualmente para cumplir con su trabajo.
 
Pero… ¡hay locos en todos lados! En medio de la calle, lo que le parece un
 
hombre muy alto, abre sus brazos en cruz, mantiene la cabeza erguida y se
 
deja azotar por la lluvia, demostrando no temer a los terroríficos truenos,
 
algunos, sin dudas, que se tornan rayos.
 
De pronto, el hombre parece bajar los brazos. Los apunta hacia él, y comienza
 
a disparar varias armas creando otros ruidos enloquecedores.
 
Benito no tiene tiempo ni de asustarse.
 
     Pero ahora nuevos relámpagos y truenos lo tiran sentado al piso de la
 
vereda.
 
El espanto lo domina cuando observa al hombre… ¡ardiendo bajo la lluvia!,
 
avanzando hacia él, rápidamente. 
 
Un impulso de fuerza desconocida lo pone de pie con un solo envión y huye
hacia su casa- o al menos espera que sea hacia ella-.
 
Observa a pocos metros el avance de la fogarata humana y a pesar de su terror
 
piensa: “¿Cómo no surte efecto la lluvia torrencial sobre el fuego?”
 
La Iglesia que queda a media cuadra de su casa comienza a dar la hora en
 
campanadas.  Suena la alarma de su reloj. Reloj que destruye con un mazazo
 
de su mano derecha.
 
El muñeco que despide al año refleja llamaradas estruendosas en su ventana.
 
Totalmente empapado… de transpiración, agitado a punto de un infarto está
 
despertando,  alterado y casi inconsciente. Se sorprende al descubrirse vestido
 
y con los mocasines puestos. Su velador está alumbrando.
 
Solamente por un reflejo recoge los restos del reloj-reliquia y los guarda en la
 
mesa de luz, para que le recuerde siempre su traumático primer día de
 
jubilado.
 
 
 
                                                                           Roque Alcides Azamor

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